miércoles, 6 de septiembre de 2017

Carta para Daniel


Cuento que formará parte de 'Burbujas en el tiempo' 
de la autoría de Patricia Báez M.


-Pues, vale, me parece fenomenal que nos tomemos unos traguillos después de la conferencia y así disipamos un poco todos los rollos del trabajo-.

Daniel cerró el auricular del teléfono y se vistió impecable para el evento, no era para menos, presentaría los resultados de diez años de investigación sobre la criogénesis. Corría el mes de septiembre y ya hacía un poco de frío en la ciudad por lo que no olvidó el sobretodo. Tomó un taxi a la salida del condominio y le indicó al chofer que le llevara hasta la universidad estatal. Pagó con un billete de cien y se desmontó; caminó por los jardines de la academia hasta acceder a los pasillos. Al llegar a la explanada vio que habían fuera algunas personas: Buen pronóstico (pensó). Le saludaron con admiración y respeto y al abrir la puerta, le agradó aún más ver el salón lleno, estaban sus colegas, algunos amigos, y, por supuesto, los periodistas, éstos cada vez más jóvenes y estúpidos.

-El estudio que pretendo presentaros esta noche lo hemos titulado ‘El uso de la criogenia en la neurociencia…’. Daniel, tras algunos titubeos, se montó sobre la experiencia de su trabajo de varios años como un surfista se monta sobre la gran ola de su vida, en principio temeroso y titubeante, pero luego relajado por el dominio de la tabla sobre las aguas. Tras 49 minutos ante el micrófono y media hora más de preguntas y repuestas, el público quedó más que satisfecho, pero no más que el biotecnólogo.

Ey, Ricardo, ¿qué te ha parecido el tema?
Fenomenal, interesantísimo. Esperemos que ahora el Consejo Universitario no pueda seguir ignorándote y te nombre coordinador de la cátedra de Biotecnología.
-Pues ya a mi me importa un pepino lo que hagan esos huevones, me he cagado en su puta madre con esta presentación. Allá ellos. Vámonos que si seguimos aquí se nos hará muy tarde.
-Ven, mi coche está en el aparcamiento del ala B-.

-Qué vas a tomar tú-.
-Lo de siempre: Vino-.
-Pues una copa de vino y un coñac…No mires ahora hacia atrás, pero hay un par de chicas que desde que llegamos están mirando hacia esta mesa-
-Ah, no me interesa-.
-Pues qué te pasa, chaval, no me digas que te vas a declarar marica-.
-Para nada. Solo que solo me interesa el sexo de forma casual, sin preámbulos medievales ni compromisos-.
-¿Y qué ha sido de Adriana?-
Había llegado el momento de la pregunta inoportuna para los heridos de amor.
-Nada, no sé nada de ella, sus libros siguen saliendo con la misma biografía de autor: Aparentemente no hay nada nuevo-.
-Pero que eres terco, ¿Por qué no le has llamado o te has inventado un encuentro fortuito? Con tan buena sesera para pensar-
-¿Para qué?
-¿Cómo que para qué? Para revivir para ver cómo reacciona, si se ha dado cuenta que te quiere, si está sola-.
-¿Para qué quiero yo un “encuentro fortuito” con una poeta que luego de romper conmigo no ha escrito un solo poema sobre nuestra relación, sobre mí, sobre nuestro amor, sobre nuestro perro, sobre nada?-
Su sangre se había acelerado y sus mejillas y frente eran ya del color del arándano.
-¿Y cómo sabes si no los ha escrito?-
-Pues si los ha escrito, ha debido publicarlos-.
-Y a mi qué me importa un pepino si me escribe a mi o al diablo, lo importante es que me quiera, chaval, que me haga sentir bien y yo a ella-.
-Mira, Ricardo: Yo no pasé por su vida, eso es lo que me dicen sus últimos libros. Ni en una estúpida dedicatoria ha escrito ella mi nombre. No existí, no fui nada, esos cinco años juntos no se merecen ni un título de uno de sus poemas-.
-Pues allá tú, a mi me parece que te precipitas en las lecturas externas-.

Terminó de transcurrir ese año sin novedad para él fuera de las conferencias y las entrevistas en los medios de comunicación sobre los hallazgos de la investigación. Una Navidad sin festejos, solo cumplir con su madre y hermana en Nochebuena para que ambas quedaran complacidas en caso de que fuera el último año de vida de la progenitora. Nostalgia por las navidades pasadas junto a Adriana, por la decoración que a punta de amenazas le obligó a colocar –a regaña dientes- en el árbol navideño y la puerta de la casa; las reuniones con amigos, todos o casi todos en pareja, que provocaban en él esa sensación de plenitud; el abrigo rojo que ella le tejió la primera Navidad juntos… En fin, todo un rosario de recuerdos que era mejor retorcer entre las manos para no verlo, para que no doliera más. Llegó a imaginarla en esos días. Unas veces la pensó, como siempre: Risueña y feliz, entre amigos, familiares y, quizá, ¿Quién sabe? Al lado de una nueva pareja, y le dolió en lo más profundo de su ser, a lo que su cerebro hilvanó de inmediato otro pensamiento para contrarrestar el aguijonazo. Ella quizá estaba sola en esos precisos momentos  igual que él, tomándose una copa de vino y leyendo alguna novela contemporánea recostada en el sofá, mientras con el índice izquierdo se rizaba un mechón de su cabello recién lavado, señal de que no estaba del todo relajada, de que algún pensamiento o sentimiento la inquietaba.

La última noche de ese año fue la más larga para él, pues sentado ante el computador escuchó el enfrentamiento entre los equipos de música de sus vecinos del condominio y los bocinazos de vehículos en la vía, también las risas y gritos y los consabidos fuegos artificiales. Le molestó tanta y prolongada felicidad ajena, cuando apenas a él le acompañaban el piso, los muebles y la computadora. Extrañó el calor humano que tanto rechazó y que fue motivo de tantas discusiones.

Una de las primeras mañanas del nuevo año, despertó junto a la certeza de que la buscaría, le pediría perdón y que regresara a la casa. Se lanzó de la cama con la decisión de su vida en los músculos. Mientras se bañaba y afeitaba pensaba a cuál de sus amigos le pediría su nueva dirección y número de teléfono. No, mejor a su editor. Sí, Carlos es la persona indicada para darme su ubicación. Se vistió con ropa diferente a la que usaba habitualmente para ir a la universidad o al laboratorio: Unos jeans negros, camisa azul, sweter blanco con rombos negros y grises, sobretodo color camel y zapatos de gamuza a juego.

Bajó del piso y entró a la barra por un café sin antes comprar el periódico, como de costumbre. Esta vez no se sentó en la mesa de la esquina para dos, sino en la barra para no perder tiempo en ceremonias de clase media. Se tomó un capuchino sin crema, pagó con un billete y se retiró. Pasó por el quiosco de Paco abrochándose el sobretodo por el frío y éste le tuvo que gritar para que reparara en el diario. Pensó en seguir, pero no quiso hacerle el desaire al viejo veterano y retrocedió tras sus pasos para tomar el Milenium entre sus manos, y mientras sacaba unas monedas del sobretodo para pagar, sacudió el diario para ver los titulares de la mitad superior de la primera plana. “Gobierno pacta con productores de trigo”, “Acusan a juez Amorós de prevaricación”, y en la esquina derecha superior: “Se suicida catedrática y deja carta para Daniel”. Un hueco se instaló en su estómago, las piernas le fallaron, sintió que empezaba a sudar, la saliva tenía un sabor diferente, algo así como plomo, y -casi a tientas- pudo alcanzar la silla del viejo porque en ningún momento quitó la vista del diario.

“Fue hallado sin vida el cuerpo de la catedrática de literatura Adriana Dávalos, de 41 años…”. En ese instante, lágrimas discretas empezaron a descender por sus mejillas, mientras la incredulidad del evento lo empujaba a seguir leyendo. “… en su piso de la calle Cervantes número 146. (Si hubiese investigado antes su dirección, si la hubiese buscado, quizá la hubiese disuadido de esta locura, y estalló en un llanto sonoro que acaparó la atención del viejo y la señora que le compraba flores). “…Se presume que la autora de ‘Estatuas de sal’ se habría quitado la vida al ingerir una sustancia aún no analizada por los peritos del Instituto de Ciencias Forenses. Junto a la dama fue hallada una carta dirigida a Daniel”. No soportó más y corrió echando chillidos de dolor hacia su apartamento, mientras las manos temblaban y no le ayudaban para abrir la puerta.
Ya dentro, se sentó al filo del sofá y continuó leyendo. La puerta aún seguía abierta.

“Amado Daniel:

Desde nuestra separación han transcurrido exactamente dos años sin que en ese tiempo te hayas dignado a saber de mí. Sé que fui yo quien tomó la decisión de irse del piso, pero esperaba, aún contra la racionalidad por la que me fui, que me buscaras. Eso nunca sucedió, y me partió el alma. Imagino que seguiste igual de ocupado con tu investigación y no tuviste tiempo para echarme de menos. Lo entiendo. La ciencia y los aportes a la humanidad están por encima de cualquier amor, incluido el mío, que quizá no tuvo nada de especial.

Te felicito y me alegro de que hayas logrado tu objetivo. Sé lo importante que era para ti esa investigación.

No me aparté de ti porque te había dejado de querer, como te dije. Esa fue la excusa más barata que hallé de todas las que podía esgrimir en ese momento. Te amé y te amo hasta este preciso instante en que he decidido quitarme la vida. No sé si existe la eternidad, pero si existe y los amores migran, allá también te querré.

Fui diagnosticada con un cáncer de seno muy agresivo y no quise empujarte conmigo a esta desgracia. No creo tendrías tiempo para la universidad, la investigación y una mujer enferma. Tampoco quería tu lástima. Eres tan ermitaño; no creo soportarías el piso lleno de familiares y amigos que querrían verme en esos momentos difíciles, por lo que estar cerca de mi familia me pareció la mejor opción.

Vine a mi provincia tras el diagnóstico y estuve luchando, batallando con todas mis fuerzas, por mí, por ti (aunque no lo supieras),  pero perdí la batalla. El cáncer ha hecho varias metástasis, y no deseo continuar ni la radio ni la quimioterapia. Tampoco me voy a someter a una nueva cirugía. Lo conversé con mis padres y ambos han aceptado mi decisión de partir de este mundo con dignidad. De ellos me he despedido, pero de ti no.

Lamento que las cosas no pudieran ser como alguna vez las planeamos. A pesar de los altos y bajos, viví los mejores años de mi vida a tu lado, y en mis momentos de dolor físico, me transportaba a ellos para revivirlo. Pude olerte, tocarte, sentirte, dejarme tocar por la brisa en el ventanal de nuestro piso, oler el aroma del té de manzanilla. Muchas veces caminé por nuestra casa mentalmente para aliviar el dolor y el ardor. El poder de la mente es maravilloso. Deberías investigar sobre ello.

Nuestro perro está ahora con mi madre, esperando que lo recojas para irse contigo. Tiene las mismas costumbres que le dimos, nada ha cambiado para él, excepto que no has estado estos años. Con ella también te dejo el borrador de ‘Cartas sin destino’, es mi último libro. Por favor, hazlo llegar a Carlos, él sabrá qué hacer él.

No espero ni pido más nada de ti, pues no sé si las almas existen, si te podré ver o escuchar si alguna vez visitas mi tumba aquí en Aguas Claras; por lo tanto, no pediré nada que caiga en el plano de las suposiciones. Me basta con lo vivido a tu lado, con todo lo hermoso que me diste cuando se pudo, no importa si fue mucho o poco, existió, fue real e irrepetible.

Te amé y te amo.

AD”.

* Este cuento formará parte de 'Burbujas en el tiempo', cuentos y poemas de la autoría de Patricia Báez. 



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